Welcome to Xoloitzcuintle!: El Arenal

El Arenal, territorio perdido de áridas tierras del centro mexicano que es olvidado entre praderas templadas, tierra en donde no existe el tiempo pero el sol observa cauteloso desde los cielos la sobrenatural vida que llevan las arenas…

—Buenas mi doña.

—Buenas, don Pancho —en la piedra más cómoda del Arenal se encontraba sentada una mujer de unos sesenta que a don Pancho le mostró una sonrisa como bienvenida—. Pensé que usted era de los privilegiados de estar ya en el otro lado ¿qué lo trae por aquí?

El hombre de bigote se acercó a la dama, la tomó de la espalda y de un torbellino de arena su cigarrillo encendió, después del primer suspiro, señaló al cielo y dijo:

—Pues ya ve mi señora, soy tan privilegiado que puedo ir y venir a mi antojo desde el más allá — la mujer no pudo evitar sonrojarse y volvió a sonreír—, pero doña ¡no me dé una sonrisa toda triste! ¿Qué se siente mal usted? ¡Vamos! Le espera una gran vida.

—Lo sé —le dijo cabizbaja—, pero para que le voy a mentir; me siento mal de cómo se dieron las cosas —lamentó la mujer—. Sé que es normal esta situación pero ¡morir! ¡Vaya que deja un malestar tremendo! —se puso de pie y admiró su alrededor, no se había percatado que estaba rodeada de arboles y arbustos secos—. Mi muerte ya la esperaba, sorprendente para mí no fue. Sin embargo mi familia…

La anciana llevó sus manos a la cara y comenzando a sollozar diciendo:

—¡Hay don Pancho! Ellos si que se asustaron, la peor parte se la llevó mi nietecito que me vio morir, tremendo regaño se llevaron los de arriba por hacerle eso a una criatura de ocho años, y mire que se la pensaron dos veces antes de mandarme a este sito, porque nombre, me dejo de llamar María de los Remedios Rivera Ríos, si no puedo defender a los míos y claro que lo hice, no me importa si es con el mismo San Pedro —Don Pancho la veía atento con su cigarrillo en la boca cuando empezó a reír—. ¡¿Pero qué tengo de risa hombre majadero?! Yo que le cuento mis penas…

—Usted es una leyenda, mujer —interrumpió el bigotudo entre carcajadas—, nadie se olvidará de doña Remedios, la mujer que regañó a los mismísimos ángeles del cielo ¡Caray, qué mujerona! Si usted hubiera estado en mi época, sería una de las mías…

—¡Pero qué se ha creído usted Pancho Villa!

El hombre se acomodó el sombrero, se ajustó el pantalón y empezó a andar hacia una puerta que las arenas revelaron con otro truculento viento, se rió y saboreó su cigarrillo por última vez.

—¡Hasta luego, señorita! —se despidió él de bigote—. ¡Espero verla más contenta cuando entre! ¡Ya verá que pronto!

La mujer le respondió torciendo la boca dando a entenderle que lo intentaría. La arena jugó de nuevo y dos mujeres se acercaron a don Pancho. La puerta que de barrotes hecho de oro era se abrió a par en par y tarareando un corrido, según reconoció Remedios iba Don Pancho Villa caminando hacia el horizonte con sus dos viejas a la orilla.

—Bien me lo decía mi madre —se acomodaba de nuevo doña Remedios en la pierda del Arenal—, los hombres de la revolución ¡A qué jijos eran!

De repente los pocos arboles del lugar comenzaron a aumentar y el viento a soplar, la anciana admiró como era rodeada de grandes plantas y sin embargo no echaban raíz en el centro donde había arena. Las ventiscas se tranquilizaron y mecían las hojas de los arboles con un ritmo nostálgico, si nostálgico, la melodía que emanaba el Arenal hizo que Doña Remedios recordara cada momento de su vida, desde los memorables como su primer beso con Felipe, su esposo, el ver por primera vez a cada uno de sus tres hijos, hasta los insignificantes días de soledad y el delicioso sabor de su té matutino diario. No pudo evitar llorar.

—¿Tarda tanto llegar al cielo? —sollozó—. Morir no es tan… pero tan…—Algo interrumpió a Remedios, sacó un pañuelo del bolsillo de su vestido y se secó las lágrimas, alguien la observaba—. ¡Hora qué cosas!... ¿Un tecolote? Qué ave más rara, nunca en lo que llegué a estar viva me topé con uno.

El animal le miraba fijamente, sus grandes ojos hipnotizaron por unos momentos a la anciana, después sintió incomodidad y al verlo por diez minutos, éste la perturbo.

—¡Qué quieres feo animal!

El tecolote torció la cabeza, llevaba treinta y seis, cuentas de Remedios. Volvió a mirar a lo que parecía su presa, el ritmo seguía en el aire y el sol sereno en el Arenal, de pronto el tecolote ululó.

—¡Vaya hasta que hablas pajarraco de…!

Sin esperárselo el ave voló veloz al hombro de Remedios, ella soltó un grito pero no pudo zafarse de las garras del animal, éste le mordió la oreja y se esfumó volando, la melodía acabó. Remedios se dio cuenta que sangraba su oreja, la mordida no era grave pensaba aunque al ver su pañuelo lleno de sangre se preocupó ¿Cómo podía sangrar estando muerta? Su alarma aumento y se incorporó de inmediato, corría por todas partes, era un trompo de feria, buscaba la puerta donde se esfumó Don Pancho.

—¿Qué hago? —pensó.

—Deja te ayudo —un estruendoso grito pegó la mujer al virar y encontrar de cara con un desconocido muy conocido sonriéndole y ofreciéndole en la mano una banda curativa.

—¡Tin Tan! —retrocedió Remedios, sólo fue lo único que pudo decir, después puros titubeos y parloteos.

—Me parezco a él ¿verdad? —le sonrió el hombre y la acrecentó al notar el nerviosismo de Remedios—. Lo sé, pero no, no soy él, soy alguien mejor.

De su vestuario pachuco al hombre le surgieron cuernos y cola, Remedios por fin concluyó:

—¡Lucifer!

—¡LOTERIA!

Echó una carcajada y tronó los dedos, el sol se apagó, la noche cayó y Remedios sintió que su oreja sanó.

—¿Qué haces aquí? —se resguardó velozmente Remedios entre rocas—, ¡éste es un lugar santo!

—¿Quién te dijo tal estupidez? —se mofó apareciendo por detrás de ella—. Esto es un limbo, te abandonaron aquí pues no saben que hacer contigo Remedios, no te preocupes no soy como cuentan en la iglesia.

—Padre nuestro que estas…

El diablo la observo sarcástico.

—Aquí eso no funciona —con otro chasquido convirtió las pierdas en una mesa de té, sirvió en dos tazas, se sorbió un trago—. ¡A qué buen tequila! — y continuó—: Verás eso que dicen los hombres y las mujeres que el Todopoderoso y yo nos llevamos mal es puro cuento, que te digo, somos amigos desde el primer día de la Tierra es más, hoy tengo una charla con él, ya vez eso del fin del mundo —sorbió otro tanto—. Espera, estamos muy a obscuras —el diablo aplaudió y el tecolote volvió a aparecer, ululó y en una lámpara se convirtió—. Te decía, mira lo que yo te ofrezco es fácil, quiero que te vuelvas a morir.

Remedios no comprendía nada de lo que había escuchado, miraba insegura a su acompañante y pensó —¿Cómo podría morir muerta?—, la curiosidad le nació:

—¿Cómo es posible esa cosa que dices?

—Primero, lo primero —vaciló Lucifer—. Tómate el té.

—¿Para qué? —la curiosidad le invadía a Remedios sin embargo dentro de ella sabía que era malo fiarse de los extraños, más de los malos, peor del diablo.

—Ya verás, es un regalo, tal vez un soborno pero sigue siendo para ti.

Dudosa, Remedios olfateó el liquido dentro de la taza, era té de Canela, su favorito, preparado tal como a ella le gustaba.

—Creo que solo me faltó una pizca de azúcar.

Lucifer le agregó el último toque a la bebida, ahora ya estaba perfecto para Remedios.

—Bebé.

Sin pensarlo y asimilarlo, la anciana bebió un sorbo inconscientemente.

—Ahora —él dijo triunfante—, mira este espejo.

Le entregó un espejo con marco de talavera a Remedios, la mujer se llevó una gran sorpresa, en el reflejo ya no estaba ella, una muchacha de cabellos negros, labios rojos carmín y los ojos más bellos que había visto se vislumbraban.

—¡Soy yo! —decía alucinante Remedios—. ¡Soy yo a mis veintiún años!

—¡Qué hermosa eres! —le halagó Lucifer— Ahora, lo segundo. Quiero pedirte que aceptes morir.

—¿Pero ya estoy muerta? ¿No?

—Si —él chismoteó—. Pero cuando mueres en la muerte, en verdad descansas. Si vas a donde te quieren llevar te harán trabajar hasta la eternidad ¿y entonces para qué morir?

—No lo sé… —se consternó Remedios, seguía dudando de toda la situación.

—Vamos…

—¿Por eso mi juventud?

El diablo negó, se paró y levantó a Remedios que llevaba puesto un vestido fino, de esos que solo hacían en los 50’s.

—Mereces estar bella, después de todo, te lo deben, ¡traumaron a tu pobre nieto! —escandalizó Lucifer— ¡Deberían ser menos imprudentes en eso de las muertes! ¿No crees?

Remedios, apenas si se acordaba de esa horrible situación, —Diego, espero y este bien— le vino a la memoria el día que observaba su propio funeral. El niño estaba enfrente del féretro, entre coronas de flores y velas…

—No moriré dos veces —dijo tajante Remedios—. ¡Se lo prometí a mi nieto! Debo cuidarlo desde el cielo.

—¡Hay! El cielo no existe, es otro invento de ustedes, lo real es la muerte de la muerte.

—¡No! —habló tajante la mujer y se sentó de nuevo.

—Vamos — insistió el diablo—, es un paso a la paz eterna —Remedios negó con la cabeza, el chamuco insistió una vez más— Tengo poca paciencia y esta a punto de acabarse, así que te preguntaré de nuevo: ¿Quieres morir?

—¡No! —sentenció Remedios.

—¡¿No?! —Lucifer se paró enfrente de ella, botó las cosas de la mesa al suelo, la miró con furia—. Ahora sufrirás las consecuencias de tus palabras… ¡Chillacos!

Tronó los dedos y las arenas revolotearon el lugar, los arboles se abrieron por la mitad y de las sombras de la noche emergieron criaturas espantosas, cuerpo de hombre cara de bestias horripilantes, unos llevaban látigos, otros mazos y uno que otro machetes, todos se dirigían ferozmente a Remedios. Lucifer se posó detrás de sus súbditos y ellos con rabia corrían. La mujer se paró torpemente, intentó correr, pero la arena la detuvo, jugaron en contra de ella, la sumergían en el piso, Remedios gritaba:

—¡Sáquenme de aquí!

Remedios se movía desesperada, con toda brusquedad, los chillacos le lanzaban latigazos y golpes, tenía algo de suerte consigo pues ninguno le había atinado.

—¡Te lo vuelvo a preguntar María de los Remedios Rivera Ríos! —flotaba en el aire encima de ella—¿Quieres morir?

—¡No! ¡Lo prometí! —la desesperación la invadió—. ¡Sáquenme de aquí!

—¡¿Qué?!

—¡No maldito diablo! ¡No moriré! ¡Si me ponen a trabajar, mejor! ¡Quiero vigilar a mi nieto, se lo prometí!¡No me mates!

—Entonces…

Los chillacos gritaron y berrearon, chicotazos sonaban contra las pierdas, el diablo reía, Remedios cerró los ojos, no quería ver lo que sucedería y entonces, el silencio de hizo.

Ella sentía un revoloteo en su oído, el mismo que le había mordido el tecolote, entreabrió el ojo y un pequeño colibrí turquesa revoloteaba en su oído, la escena espantosa que había vivido hace unos momentos desapareció en su lugar, cientos de colibrís volaban en el Arenal, algunas luciérnagas brillaban, los arboles no parecían destruidos por chillacos, la mesa desapareció y Remedios estaba en la superficie, aún joven.

Se escuchó el grito de un mariachi y de la nada comenzaron a tocar, —El mariachi loco quiere bailar…—Remedios no entendía. Una roca se traslado al centro y los colibrís volaron al cielo, las luciérnagas a la roca, y el cielo se pintó de un amanecer espectacular, bellos tonos purpuras y rosas. La figura que formaban los insectos era la de una mujer. Remedios observaba atónita.

—¡Remedios! —caminaba hacía ella la figura— ¡Esta es tu fiesta de bienvenida!

Un sombrero de ala ancha, vestido esponjoso y llamativo, una estola de plumas, collares de perlas, manos echas de huesos blancos y un pulcro cráneo de cabeza: La Catrina había arribado al Arenal.

—Mija —se acercó a Remedios— No te asustes, era una pequeña prueba para comprobar las sospechas de los superiores, mereces entrar a Xoloitzcuintle. Personas como tú hacen falta, así que deja de verme como tonta y prepárate para la gran fiesta que te espera.

—Pero…—volvió a tartamudear Remedios, con voz casi seca de toda la adrenalina que estaba muriendo, (¡no puedo decir viviendo por obvias razones!) —. ¿Lucifer? ¿Muerte de la Muerte? ¿Mi vejez?

—¡Ah! Luchecito es el juez, le encanta espantar almas. Y si existe la muerte de la muerte, pero nunca de los nuncas lo desees es el peor acontecimiento para un espíritu, desaparecerás de todo el universo —caminaban las dos entre la arenas que comenzaba a carcomer toda la vegetación del ambiente— Tu vejez se fue, queremos que tengas la energía de una joven por siempre, Xoloitzcuintle te tiene grandes sorpresas…

—¿Y el cielo? —interrumpió Remedios—, Le prometí a Dieguito que…

—¡Qué no te dijo Luchecito que eso no existe! Xoloitzcuintle es donde habitan todas las almas, sean buenas o malas. Ya entenderás pronto ahora pasa por allí.

De las arenas renació la puerta por donde se fue Villa, resplandecía con más intensidad el oro de los barrotes con el amanecer.

—Tranquila, todo saldrá bien — le confortó La Catrina a Remedios.

La mujer suspiró, le surgió dar un fuerte abrazó a la muerte y asintió la cabeza.

—Ésta bien, gracias.

—Sólo me queda decirte tres palabras:

Welcome to Xoloitzcuintle!